Una de las permanentes discusiones en las campañas electorales es el debate sobre las concesiones que debe hacer el candidato con el fin de ganar las elecciones. El dilema entre la consecuencia y la victoria, entre la honestidad y la oferta demagógica.

Por ejemplo, Keiko Fujimori ha escogido separar a leales colaboradores con el fin de aceptar lo que le dicen estudios de mercado para facilitar una probable victoria. Reggiardo pretende llamar la atención llegando esposado al jurado electoral. Nano Guerra García se somete a la estrategia publicitaria más elemental con tal de llamar la atención. O las ofertas sectoriales que realiza Alan García en medio de bailes cumbiamberos.

¿Cuánto debe ceder un candidato sin perder su esencia?

En la medida que los candidatos se convierten en un producto del marketing político, pierden identidad y en cierta manera se uniformizan ante la mirada del elector. Cuando todos simplifican su lenguaje, todos reducen conceptos y se pierden en debates anecdóticos -a donde van empujados por algún periodismo-. Entonces, refuerzan la idea de que todos son lo mismo y, en cierta manera, inducen a que el ciudadano busque al que se diferencie.

Los candidatos deben huir de aquello que los uniformice con los demás. El discurso único en defensa del modelo, el estilo comunicacional más cercano a la farándula, la pocas ideas y la mucha discusión barata. Un verdadero político sabe cuánto puede ceder y cuánto debe ser consecuente con su trayectoria. Y cómo enganchar con los electores sin recurrir a recursos baratos.