No hay remedio para Chile que no quiere aprender la lección más importante para forjar una relación vecinal exitosa: promover la confianza. La confianza se construye y cuesta mucho sobre todo si el pasado ha sido doloroso como sucedió con la Guerra del Pacífico que nos enfrentó a Santiago, a fines del siglo XIX, o el reciente espionaje que nos hicieron y sobre el cual en un gran esfuerzo de elevación, el Perú decidió voltear la página. Pero lo anterior parece no importarle a Chile pues acaba de recurrir, una vez más, a su vieja estrategia de confundirlo todo. Así, en el juicio que mantiene con Bolivia en la Corte Internacional de Justicia, destempladamente, ha mostrado un mapa en el que de modo deliberado y provocador llama Punto 1 al Punto Concordia que, literal y expresamente está mencionado en el artículo 2° del Tratado de Lima del 3 de junio de 1929. La osadía unilateral chilena es absolutamente nula, pues todos los puntos de delimitación (puntos matemáticos establecidos en un mapa) y de demarcación (puntos ubicados mediante un trabajo de campo) se concretan con necesario e indispensable acuerdo de las partes, levantándose actas, conforme el derecho internacional de los tratados. Por tanto, el proceder de Chile es grave porque impacta negativamente al propio tratado de 1929 e intenta confundir a la propia Corte, como en el pasado con Perú, al denominar Hito de la Concordia al Hito N° 1 para confundirlo con el Punto Concordia que se encuentra ubicado en la orilla del mar y que es el punto de inicio de la frontera terrestre entre los dos países. Chile sabe que el Punto Concordia existe y que está ubicado indubitablemente en la orilla del mar, pero quiere crear la sensación de su absurda inexistencia. Hay que protestar, pero al hacerlo recordar que no existe controversia terrestre.
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