En toda función pública hay un atributo que caracteriza a los actores de primera línea: el liderazgo. Se tiene y las cosas funcionan o se carece del mismo y entonces quedamos librados al azar. Esto último es lo que hoy vemos en tres posiciones claves: Luis Castañeda Lossio, alcalde de Lima; Pablo Sánchez, fiscal de la Nación; y Alonso Segura, ministro se Economía.
Así, tenemos un alcalde que deshecha lo avanzado por la gestión anterior en materia de reforma del transporte, sus voceros juran que es la única manera de hacer bien las cosas -¡por fin!-, pero de él, ni su sombra. Lima necesita que su alcalde se compre el pleito personalmente, pero hasta ahora nada. Aparece su primera regidora, Patricia Juárez, pero de Castañeda ni la sombra. Solo un comunicado emitido ayer plagado de generalidades: Apuntamos a un sistema de transporte más moderno, más organizado. Es decir, menos política y más trabajo. O sea, pamplinas. Si Castañeda no es capaz de ponerse al frente, explicar lo que se propone y descartar toda sospecha de corrupción, ¿para qué quiso el puesto?
Lo mismo podría decirse del fiscal de la Nación, Pablo Sánchez, quién resiste en silencio los embates que el presidente Ollanta Humala le dedica a su institución. Para el Mandatario, el fiscal que investiga a su esposa por un presunto lavado de activos está loco y perpetra una salvajada jurídica. Además, califica como mamarracho el expediente. Y mientras esto sucede, Sánchez, cabeza de la institución, chitón boca. ¿No tiene nada que decir? ¿Acaso respetos no guardan respetos?
En otra vereda, el ministro de Economía continúa sin asumir el rol promotor que le corresponde. Así, una encuesta de GFK revela que la confianza de los consumidores cayó 10 puntos en febrero, situándose en su peor nivel en los últimos 12 meses. Y tras la debacle de la Ley Pulpín, ni se diga. ¿En serio hay un ministro con buenas ideas o el país seguirá andando al ritmo que le impone Nadine? ¡Pónganse las pilas!