Qué estará pagando Venezuela para tener un gobernante como Nicolás Maduro, cuya estampa y verborrea diaria ya resultan repugnantes, por decir lo menos.

Si a la distancia hacemos de tripas corazón para aguantar sus delirantes rollos viscerales, cómo han de sufrir los llaneros libres de pensamiento para sobrevivir bajo la opresión de este mono con metralleta, que no tiene bandera a la hora de disparar contra enemigos que él mismo se inventa (si no que lo diga Kuczynski, a quien gratuitamente calificó de “cobarde” y “perro simpático”).

“No sé por qué me eligió como su sucesor”, comentó Maduro a la muerte de Hugo Chávez, en 2013, y esa es la pregunta del millón que todo el pueblo venezolano se hace cuando le suenan las tripas por el hambre, no encuentra medicamentos o ve el papel higiénico como una blanca ilusión.

Y es que el otrora conductor de autobuses está llevando a la tierra del joropo a la debacle total y, como sabe que no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista, ahora se trae entre manos una “Constituyente comunal”, que no es otra cosa que otro golpe a las libertades de un país que hace rato lo quiere fuera y lejos del Palacio de Miraflores.

“¡La OEA, pa’l carajo! ¡Luis Almagro, pa’l carajo!”, exclamó frente al aplauso de sus ayayeros y piquichones para anunciar el retiro de Venezuela de este organismo continental, abriendo más el sendero hacia el estatus de nación paria, donde solo retumbe su lacerante voz que, suponemos, ya ni los pájaros ni mariposas -que según él, son el espíritu inmortal del comandante Hugo Chávez- quieren escuchar.

¡Cónchale vale!