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El domingo pasado, además del referéndum, se realizó la segunda vuelta de las elecciones para 15 regiones, con lo cual se completan las autoridades regionales y municipales del próximo periodo. Los resultados para la democracia en el Perú son poco alentadores. Lo primero que hay que mencionar es que nuevamente son los independientes los grandes ganadores de la jornada electoral. ¿Qué resultados podemos esperar de sus gestiones? Lo más probable es que no disten mucho de lo que se ha venido gestionando en todo el país. Salvo honrosas excepciones, las gestiones municipales y regionales tienen dos características muy marcadas. La primera es la corrupción y la segunda es la ineficacia, y en muchos casos ambas se combinan con consecuencias nefastas. Si a estos resultados le agregamos que el Gobierno Nacional tendrá -en muchos casos- que coordinar y negociar con estos mismos gobiernos regionales y sus municipios, las probabilidades de lograr buenos resultados son un error estadístico.

Podríamos echarles la culpa a los partidos políticos o a los mismos políticos por estos resultados, pero la realidad es que el problema que existe es mucho más profundo y nace de la incapacidad nacional para agremiarse. Esto es una consecuencia directa de la absoluta desconfianza que le genera un peruano a otros peruanos.

En nuestro país, la confianza se genera únicamente en círculos muy íntimos, en personas que conocemos, aunque no es poco común que también en este ámbito el peruano salga timado, pero en los círculos un poco más amplios, ya sean vecinos, empleadores, municipalidades y Estado, la desconfianza es absoluta. Basta ver el estudio realizado por el INEI este año con respecto a la confianza en nuestras autoridades, donde los políticos alcanzan el 4.5% de aprobación, el Congreso 6.6%, los gobiernos regionales 10.8%, la municipalidad provincial 13.3%, la municipalidad distrital 14.7%, la prensa escrita 16.8%, y la radio/TV 25.1%. Incluso la Iglesia católica solo llega al 47.9%, siendo un país de una devoción católica notable.

La base del desarrollo es la confianza de los ciudadanos en otros ciudadanos, y de ellos en las instituciones, que se conforman a partir de sus votos y que manejan el país. Sin ella, el país está condenado al caudillismo y con ello a que el rumbo del Perú esté manejado por el capricho personal, alejándonos inexorablemente del desarrollo.