Una mirada fría al escenario político apunta a que un fracaso del actual gobierno será capitalizado por las izquierdas como una tacha al modelo económico actual, e incluso, al orden constitucional actualmente vigente, regido por la Constitución de 1993. Esto no lo comprenden algunos desconcertados opositores, que irresponsablemente llegan hasta a hacer causa común con cualquiera que le pega al gobierno. Ni tampoco ciertos termocéfalos del oficialismo, tanto congresistas como asesores, que solo fomentan el insulto y la confrontación.

La asonada de desestabilización que va configurándose en el país es sintomática de que la izquierda ya le tomó el pulso al gobierno. Entonces es inevitable no recordar, por ejemplo, los ochenta con su debilidad institucional y el monstruo izquierdista jaqueando al Estado, tanto desde los sindicatos y el Congreso, como desde los violentos ataques de Sendero y del MRTA. Se siente una vuelta al pasado. Como si se viviera un “tercer belaundismo” con todo el desgobierno, debilidad y falta de sensibilidad con la real politik que caracterizó a los regímenes del ícono político de Kuczynski. La desestabilización busca poner de rodillas a un gobierno que nació débil y, con eso, continuar paralizando la economía. Pues la izquierda sabe que mientras la economía funcione, no tiene posibilidad de cambiar las cosas. Necesitan que todo se derrumbe en lo económico para capitalizar en lo político. Entonces urge dar una respuesta política madura a estos intentos desestabilizadores, desde oficialismo y oposición. Para eso, el Presidente tiene que dar señales de que se quiere dejar ayudar. Empezar por cambiar a su ya desgastado Premier no estaría mal.