Mientras nos visita el presidente francés, país donde se construyeron los fundamentos de la República, nuestro sistema republicano cruje ante tantas tensiones que producen la nueva casta de politicastros que han logrado protagonismo. Advenedizos, ambiciosos solo les interesa su vanidad antes que el futuro del país.

Improvisados que quieren que la ley se interprete de acuerdo a sus necesidades, irresponsables que ante el rechazo ciudadano hablan de fraude, así como viejos periodistas que para proteger a sus ahijados repiten la misma monserga que los irresponsables.

Y entonces, para defender intereses personales, son capaces de cuestionar nuestra democracia. ¿Cuál es el pecado que cometería el Jurado Nacional de Elecciones? Mantener la misma interpretación que ha tenido para casos similares. Es decir de manera predictible. Se pasan la vida hablando de instituciones y democracia, pero piden que a sus amigos los traten de manera diferente.

Hay que defender la democracia y los principios sobre los que se basa la República: todos somos iguales ante la ley. No se puede permitir que públicamente haya quienes pidan un tratamiento diferente, de privilegio.

Nuestros líderes políticos, y más aún aquellos que aspiran a personificar a la nación, deben ser modelos de conducta, ejemplo de civismo. Lamentablemente lo que vemos en la actual competencia, salvo contadas excepciones, es una hoguera de vanidades e improvisación, una selección de taimados y pícaros que entran a la política para lavar su oscuro pasado.

Hay que proteger la democracia de este ejército de audaces sin escrúpulos que solo se preocupan por su futuro y el del país.