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El festival electoral de Venezuela -¿recuerdan La civilización del espectáculo?- culminó con el manso reconocimiento de Capriles, el victorioso derrotado que, sin quererlo, terminó su extraordinaria campaña legitimando el proceso electoral organizado por una dictadura. Fue el epílogo multitudinario de otra campaña dominada por el desleal ventajismo de Chávez y el poder de su arma decisiva e intangible: el miedo.

Miedo a ser identificado como opositor por el sistema electrónico, miedo al despido o la represalia, miedo a un Estado típicamente fascista que amenazó con una guerra civil en caso de derrota. Interminables cadenas nacionales en TV y radio, prensa servil, financiamiento estatal, expropiaciones al por mayor, poderes públicos esclavos, funcionarios vigilando a burócratas y beneficiarios de programas sociales, inteligencia cubana y presión por doquier son parte del arsenal del Comandante.

¡Fiesta democrática!, cantaron al unísono, siguiendo el acorde sonoro de La Habana, feliz de haber consolidado no solo su eje geopolítico sino la confederación informal que une a Cuba y Venezuela. Por eso Chávez gobierna normalmente desde La Habana cuando su misteriosa enfermedad requiere atención médica. Muchos gobiernos latinoamericanos entonaron el himno del argentino Chacho Álvarez, líder de los "acompañantes" electorales de Unasur (www.unasursg.org), la única organización internacional que, obsecuente, convalidó la farsa en las condiciones que Venezuela dictó para evadir las misiones de "observación" electoral serias. Ese es el organismo cuya Secretaría rotativa ejerce el gobierno del presidente Humala, quien se integró al coro de alabanzas con "un fuerte abrazo" -después del efusivo tuit de la presidenta Heredia.

Trascendiendo a la frivolidad electoral, lo chocante de esta parodia es la docilidad con que se acepta el doble rasero impuesto por el castrismo comunista: manga ancha para los socialistas y rigurosa severidad para demócratas y liberales. Lo que ocurre en Venezuela y el ALBA es un baldón para la democracia representativa y una lápida para la Carta Democrática Interamericana (suscrita por el régimen chavista), un tratado promovido por el gobierno de Paniagua convertido en letra muerta. Veamos sus normas capitales:

"Artículo 3º: Son elementos esenciales de la democracia representativa, entre otros, el respeto a los derechos humanos y las libertades fundamentales; el acceso al poder y su ejercicio con sujeción al Estado de Derecho; la celebración de elecciones periódicas, libres, justas y basadas en el sufragio universal y secreto (...); el régimen plural de partidos y organizaciones políticas; y la separación e independencia de los poderes públicos. Artículo 4°: Son componentes fundamentales del ejercicio de la democracia la transparencia de las actividades gubernamentales, la probidad, la responsabilidad de los gobiernos en la gestión pública, el respeto por los derechos sociales y la libertad de expresión y de prensa". Sobre las misiones de observación electoral, estipula que el Estado solicitante y "... el Secretario General celebrarán un acuerdo que determine su alcance y cobertura", garantizando un acceso irrestricto a la información para un trabajo imparcial y técnico conforme a los principios y normas de la OEA, a fin de asegurar unas elecciones libres y justas (artículos 23,24 y 25).

Es lo que Chávez quiso evitar y lo que Unasur no ha hecho en su misión de "acompañamiento" político. La vergüenza se suma al humillante papel de la Misión Lerner, a la que Paraguay cerró las puertas tras admitir una misión de la OEA. Ni siquiera pudieron informar sobre sus resultados antes de que se adelantara el Canciller del Brasil, anunciando el retorno paraguayo a Unasur y Mercosur.