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Donald Trump, el controvertido candidato estadounidense a la Presidencia de su país, definitivamente no tiene modales. Su falta de formas es la regla en su conducta, y esa es una muy mala señal para la imagen del jefe de Estado de la nación más poderosa de la Tierra; sin embargo, más allá de sus excentricidades -administradas estratégicamente como un negocio altamente rentable cuyo resultado ha sido colocarlo a un paso de la Presidencia-, todo tiene un límite que Trump no sabe respetar. Anoche, durante el debate con su rival del proceso electoral, la demócrata Hillary Clinton, el magnate no pudo evitar externalizar un conjunto de animadversiones imperdonables. A la venezolana Alicia Machado, que fuera Miss Universo 1996, la llamó con desdén “Miss Piggy”, es decir, “Doña Cerdita”, burlándose del sobrepeso de la entonces reina de belleza. Cuando un hombre insulta a una mujer, muestra la mayor degradación de su condición humana. Un jefe de Estado debe calificar moralmente para el cargo desde antes de asumirlo. La ausencia de pulcritud en quien conduce los destinos de un país pone en riesgo a su patria porque la personifica, ese es el mayor problema. Trump ha insultado a muchas mujeres a lo largo de su vida, y eso parece que no va a cambiar, pues lo que hemos visto de él contra la mujer desde que apareció en la palestra política de su país aparece como un mal crónico. Si Hillary, que lo contuvo anoche en el debate con sagacidad, hubiese sido hombre, es muy probable que Trump decidiera encimarlo hasta asegurar haberlo destrozado. Su nivel de tolerancia es cero, y eso es preocupante. La sociedad estadounidense no merece un presidente de ese tamaño y nivel. ¿Qué otras actitudes y aptitudes habrá que no le conozcamos? La gente en EE.UU. debe ser muy racional y objetiva, y pensar en las características personales y profesionales -inteligencia emocional también- que debe ostentar su próximo 45° presidente.