Ha sorprendido que luego de la reciente reunión en la Casa Blanca entre los presidentes de EE.UU., Donald Trump, y de Palestina, Mahmud Abbas, el mandatario neoyorquino anuncie su disposición para mediar en el problema que mantiene Israel y Palestina. No olvidemos que la crisis entre ambos Estados es por territorios y no por una cuestión religiosa como muchos creen.

Me explico. La Resolución 181 de la ONU de 1947 aprobó la creación de dos Estados: Israel y Palestina. Lo hizo con base en el famoso Informe de la Comisión UNSCOP de ese mismo año que recomendó la Partición de Palestina. Los israelíes con David Ben-Gurión a la cabeza, el 14 de mayo de 1948, la hicieron suya y fue declarada la independencia del Estado de Israel. Los árabes, en cambio, la rechazaron y ese mismo día, en que además culminaba el Mandato Británico de 1922 -lo que fue establecido por la Sociedad de Naciones-, la rechazaron y en el acto declararon la guerra a los judíos. Desde ese momento la relación ha sido muy compleja e incluso sobrevino la Guerra de los Seis Días (Junio, 1967), en que los israelíes, sorprendiendo a los árabes, en un santiamén ocuparon sus territorios llegando hasta el Sinaí. Estuvieron cerca de arreglar el problema pero Isaac Rabín, primer ministro de Israel, fue asesinado en Tel Aviv por un judío fanático a poco de firmar la paz (1995) con Yasser Arafat, líder de la entonces Autoridad Nacional Palestina, con la mediación del presidente Bill Clinton. La relación en los últimos tres lustros ha sido áspera con Intifada de por medio (2002).

Las recientes actuaciones de Trump presagiaban una inclinación hacia Israel, ya que su yerno y asesor es judío e hizo química con Benjamín Netanyahu, actual primer ministro israelí, cuya relación con Barack Obama fue muy mala. Las condiciones de hoy exigen un mediador con equilibrio que se involucre en el problema. ¿Trump podría hacerlo? No lo descartaría. Habría que observarlo.