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Si sueles opinar acerca de temas coyunturales -sociales o políticos-, probablemente te sentirás identificado con lo expresado en uno de los siguientes párrafos:

1. No entiendes cómo alguien puede pretender obligar a una mujer a seguir con un embarazo no deseado. No entiendes cómo existen personas que no comprenden que el enfoque de género en la educación es necesario para avanzar hacia una sociedad igualitaria. No entiendes cómo Donald Trump puede haber ganado la presidencia en Estados Unidos.

2. No entiendes cómo puede ser correcto enseñar a los niños que ser homosexual está bien. No entiendes cómo alguien puede oponerse a la pena de muerte para violadores. No entiendes cómo alguien puede justificar un aborto.

Resulta irrelevante con cuál grupo te sientas más identificado. Consideras con certeza que estás en lo correcto, mientras que aquellos situados en el otro grupo sencillamente no están siendo racionales.

¿Por qué el “otro” no entiende nuestra postura, a pesar de estar fundamentada con argumentos racionales? La razón es sencilla: el cerebro humano no está diseñado para ello.

En su libro The Righteous Mind, el psicólogo moral Jonathan Haidt muestra cómo la respuesta a esta pregunta está en la más profunda naturaleza humana. Por naturaleza, las personas respondemos a intuiciones y emociones, incluso cuando creemos que estamos siendo racionales.

Según Haidt, el proceso va más o menos así: nos enfrentamos a un asunto -por ejemplo, el aborto-. Lo primero que nuestro cerebro hace es sentir una intuición: el aborto es moralmente bueno o moralmente malo. Luego, con base en esta intuición, construimos argumentos para justificarla. David Hume decía que la razón era esclava de las pasiones y para Haidt no se equivocaba.

Así, la razón no funciona como un juez imparcial y desinteresado, sino que se parece más a un sagaz abogado que intentará, como sea, justificar el punto de vista que, intuitivamente, nos parece el correcto. Es por ello que ese agotador ejercicio de querer hacer “entrar en razón” al otro mediante argumentos suele ser un frustrante fracaso.

Comprendido este escenario, existe un factor que cobra un rol fundamental en el debate de las ideas: la empatía. Si nuestras convicciones están basadas principalmente en emociones e intuiciones -las cuales solo luego son justificadas con argumentos a la medida-, para comprender -y convencer- al otro habrá que explorar en las emociones ajenas e intentar entenderlas.

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