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Pocas películas recientes lucen tan escalofríantes como “El clan”, del argentino Pablo Trapero, de quien pueden recordarse las indispensables “Mundo grúa” (1999) y “El bonaerense” (2002), la curiosa “Leonera” (2008) o la muy intensa y desesperada “Carancho” (2010). No tanto por el resultado final, que ciertamente no se halla entre lo mejor de la filmografía de su autor, sino por el efectivo retrato de lo cotidiano y familiar en contraste o contrapunto con la monstruosidad y la muerte.

Porque de eso trata su nuevo largometraje, basado en hechos reales ocurridos en Argentina entre los años 1982 y 1985. De la espeluznante actividad criminal ejercida por el ex agente de Inteligencia Arquímedes Puccio (bien encarnado por Guillermo Francella), quien arrastró a su familia hacia el infierno, comprometiéndola en los secuestros y asesinatos de gente adinerada con la única finalidad de sacar un buen provecho económico. Y también de cómo llegó a conjugar ese lado oscuro y corrupto con el de padre aparentemente probo y responsable.

Trapero contextualiza rápidamente el ambiente urbano donde se mueve el abominable patriarca Puccio, situándolo social e históricamente mediante breves materiales de archivo, en uno de los cuáles vemos al ex presidente Raul Alfonsín pronunciando un discurso sobre los desaparecidos de la dictadura militar. Ocurre que Arquímedes trabajó durante ese funesto periodo en la tortura y desaparición de personas, y cuando este proceso concluyó se quedó prácticamente desempleado. Recurrió entonces, como otros de sus 'colegas', al secuestro y el crimen para 'mantener' a sus seres queridos.

Si bien el relato se concentra principalmente en la relación de complicidad entre Arquímedes y Alejandro (Peter Lanzani), uno de sus hijos mayores y un popular jugador de rugby, deja en claro el absoluto control que ejerce el padre sobre su mujer y el resto de su prole (el magnífico plano-secuencia en que este sube la comida de una de sus víctimas al segundo piso de la casa donde la mantiene encadenada y encapuchada lo grafica ejemplarmente).

PERVERSIDAD Y CORRUPCIÓN. El cineasta acierta en dar muy escueta información sobre el pasado de Arquímedes, solo lo justo para que entendamos que el monstruo fue creado en una época de feroz represión e impunidad, donde se atropellaron todos los derechos fundamentales. Por eso, aunque luzca normal e inofensivo, la perversidad del individuo asoma tan irrefrenable y contundente que no deja dudas de la alarmante corrupción moral que dominaba su entorno.

En realidad Trapero tenía entre sus manos una historia tan apasionante como para hacer una gran película, pero lo consigue a medias, solo por momentos, en algunos de sus elaborados planos- secuencia, como por ejemplo en el intento frustrado del secuestro del empresario de zapatos o en aquel otro de la anciana que suben a la fuerza a una van.

Lo que complica su inspiración son ciertos convencionalismos en el montaje, como el paralelismo algo gratuito entre una escena de sexo entre Alejandro y su novia en un auto con otra de tortura a una de las víctimas. Y, desde luego, la arbitaria utilización de rock en inglés en la banda sonora (temas de David Lee Roth, C.C. Revival, The Kinks), especialmente en las secuencias de los secuestros.

Desconocemos si Trapero pensó de esta manera emular al cine de pandilleros de Martin Scorsese (“Buenos muchachos”, “Casino”) o los coproductores españoles lo convencieron de que el asunto fucnionaría mejor comercialmente, o por último a él le pareció que así estaba bien. Lo cierto es que esta música no produce empatía con la acción, no tiene nada que ver con lo que está sucediendo, distancia en vez de integrar.

De todas maneras, lo que hay de bueno en “El clan”, incluyendo la estupenda caracterización de Francella, es suficiente para verla y, en mayor o menor medida, estremecerse con la escabrosa historia que cuenta.

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