Las desgarradoras escenas del rescate de niños y de otras personas en México siguen impactando a la región y al mundo, después del terremoto que acaba de sacudir a la capital azteca, el segundo en menos de un mes para el país, luego del fortísimo evento telúrico en Chiapas, en el sur del territorio mexicano. La naturaleza sigue siendo lo más incontrolable e indomable de la existencia. Nada ni nadie puede contra ella. Su fiereza es inadvertida y rompe todos los protocolos que hasta ahora la inteligencia humana ha podido crear. Mirando al Perú, que también se encuentra en una zona altamente sísmica, consultamos si acaso estamos en capacidad de minimizar o atenuar los estragos de los terremotos. Está claro que frente a la fuerza de la naturaleza no habría cuota para cuestionar el eventual colapso de nuestras casas y edificios. Pero lo que sí puede ser objeto del cuestionamiento es el nivel de reacción frente a un suceso tan feroz como el acontecido en México, por el que han fallecido cerca de 220 personas y se ha traído abajo por lo menos 30 edificios. En nuestro país, Defensa Civil hace un extraordinario trabajo, pero no es suficiente. Sus operadores deben lidiar con la falta de conciencia ciudadana acerca de las dimensiones de lo que puede dejar a su paso un terremoto. Los peruanos no estamos del todo preparados para responder con prudencia porque somos superados por la fatídica idea del “así nomás”. En los países donde sus poblaciones han alcanzado el desarrollo, los índices de muertes realmente son ínfimos. Nosotros, en cambio, todavía estamos en los tiempos de las carretas, pero no por carecer de recursos para adquirir dicho sistema de alerta, sino por negligencia, uno de los males más visibles de nuestra sociedad. Los mexicanos lo tienen. Se trata de un sistema de alerta temprana, el cual logra avisar a la gente por lo menos 30 segundos antes del desarrollo del movimiento sísmico. Nosotros también deberíamos tenerlo, solamente que para comprarlo debe realizarse un estudio detallado de la realidad peruana con celeridad, pero sin desesperarnos.