En pocos días Manuel Antonio Noriega, el sonado exdictador de Panamá de los años 80, que logró empoderarse luego de la muerte del dictador Omar Torrijos, y que por su responsabilidad en el delito de narcotráfico fuera condenado por la justicia estadounidense a 40 años de cárcel -permaneció preso en EE.UU. por 20 años y luego fue confinado a un recinto en Panamá-, saldrá solo para ser operado de un tumor cerebral benigno. Noriega causó estragos a la economía panameña y crisis política durante su permanencia en el poder, pero sobre todo provocó que Washington mostrara toda su ira al desnudarse su colusión con las drogas. Era una época en que, por el aumento de las estadísticas en el consumo de drogas en EE.UU., las políticas de interdicción cobraron enorme importancia para el gobierno de Ronald Reagan, primero, y George H.W. Bush, después, y por esta razón se produjo la invasión militar estadounidense conocida como Operación Causa Justa, con el objetivo de detenerlo y llevarlo preso a ese país. Noriega subestimó la acción de la Casa Blanca y jamás creyó que su ejército decidiera ingresar en Panamá para llevárselo y luego ser juzgado y condenado. Era evidente que lo habían informado mal. EE.UU. tiró al tacho el principio de no intervención consagrado en la Carta de la ONU y pregonado por la OEA, y superpuso la idea del interés general en riesgo. Al final, el entonces temido Noriega fue apresado y depositado en una cárcel de máxima seguridad. Washington no estaba dispuesto a mostrarse flexible con el hombre que había orquestado una red de narcotráfico que estaba acabando con gran parte de su juventud. Noriega tiene 83 años de edad y va camino de los 30 años encarcelado. Nicolás Maduro, cuyos sobrinos también han sido detenidos por drogas, debe mirarse en el espejo de Noriega, pues guerra avisada no mata gente.