La advertencia de que Pedro Castillo iba a ser nocivo para el país se lanzó a gritos en todos los idiomas, sin embargo, la mayoría de peruanos entró en una hipoacusia irreversible y lo sentó en Palacio de Gobierno. Es necesario ese mea culpa como una catarsis para ofrecerle un mejor destino al Perú en la próxima elección popular. No más avivatos que busquen hacerse ricos saqueando las arcas del Estado. Ya lo dice el refrán: “Burro que gran hambre siente, a todo le mete diente”. Y si encabeza una piara famélica, las consecuencias ya las conocemos.

Qué “palabra de maestro” ni qué ocho cuartos (los profesores de raza deben estar ofendidos). Su statu quo siempre fue la incompetencia total permanente, apuntalada por la escasez de liderazgo, la pobreza funcional y la sospecha fundada. Y que Vladimir Cerrón no trate de dorar la píldora porque él es el padre del cordero, mejor dicho, el papá putativo de este espécimen que nunca pasó de aprendiz de mandatario y, finalmente, también aprendiz de dictadorzuelo.

Nos imaginamos que la OEA, después de la payasada de Castillo Terrones, debe sentir como una tomadura de pelo el pedido de activar la Carta Democrática y que propició un informe de los comisionados de alto nivel bastante permisivo, por decir lo menos. ¿Cómo “iniciar una tregua política” si el susodicho tenía seis investigaciones fiscales y apelaba a una serie de artimañas para que no lo investiguen? El país era gobernado por la corrupción y se imponía la victimización como defensa.

Y quienes lo acompañaron en esta aventura golpista y apañaron sus evidentes acciones delincuenciales igual deben responder ante la justicia. El daño moral y político que este señor le ha hecho al país es irreparable.