Es indudable que el caso Odebrecht tiene un impacto mediático impresionante. Al igual que los vladivideos, pone al descubierto una orquestada red de corrupción de la cual una parte de la población era consciente, pero que nadie quiso destapar. El hecho es que las consecuentes revelaciones, diligencias judiciales y próximas reclusiones están acaparando la atención de los medios, y por ende del país, debilitando aún más las instituciones democráticas, la justicia y al mismo gobierno. Pareciera que el único o al menos el mejor librado de todo este enredo sería el fujimorismo. Lamentablemente, Fuerza Popular tiene poco o ningún activo moral para criticar lo que fue absolutamente flagrante durante el gobierno del ingeniero Fujimori.

No hay duda de que debemos llegar al fondo de todo este asunto, que los responsables deben pagar por sus delitos y los implicados con responsabilidad política también. Sin embargo, aun en el supuesto caso de que el Poder Judicial cumpla con su labor magníficamente, debemos tener claro que el daño generado a la credibilidad de nuestra democracia es muy alto.

La conclusión del ciudadano de a pie (posiblemente simplista) es que finalmente todos los gobiernos son corruptos, todos: una constante desde Fujimori hasta hoy, pues lamentablemente PPK fue parte del gobierno de Alejandro Toledo. Por otro lado, la empresa privada es cómplice de esta corrupción. En el gobierno de Fujimori, los empresarios se dejaron corromper (lo vimos todos por televisión) y en el resto de gobiernos fueron los empresarios los corruptores. Todo esto amparado en un Poder Judicial poco confiable que no es capaz de castigar a los culpables.

La pregunta obligada es: ¿qué consecuencias traerá esto en la población?

La respuesta es poco alentadora. La ciudadanía se sentirá moralmente empoderada de revelarse contra el Estado y contra la empresa privada. Los hechos relacionados con los peajes de Puente Piedra son un reflejo de esto, e incluso deberíamos esperar que la conflictividad social se incremente de forma más frecuente. El mayor inconveniente de esta situación es que deja la tierra muy fértil para la aparición y desarrollo de caudillos regionales y populistas, con un discurso antisistema cuyo parecido con Trump no será coincidencia. Esto lo podremos ver con más claridad durante las elecciones regionales de 2018, lo que complicaría aún más la gobernabilidad y logros del presente gobierno.

Las circunstancias ameritan actuar rápidamente. El Gobierno y el Congreso, sumados a los empresarios y la prensa, debemos generar un movimiento que busque restituir la institucionalidad del país y poder así pensar en un futuro para todos. El trabajo duro, los logros a corto plazo y el foco en la solución real de los problemas de la ciudadanía son el único antídoto a la frustración y desencanto de los ciudadanos frente a un sistema político que ha demostrado estar lejos de la perfección.

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