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El escándalo del cobro de los bonos de la semana de representación en el Congreso ha sido quizás de los pocos sucesos que han manchado este Legislativo de manera amplia, sin poner la linterna sobre un parlamentario o bancada en específico.

Y es que acá no estamos hablando ya solamente de los siempre ¿controversiales? fujimoristas, ni de esos congresistas específicos que parecieran esforzarse por siempre dar de qué hablar. Acá, parlamentarios de todos los gustos y colores -desde Marisa Glave hasta Daniel Salaverry- han sido acusados de cobrar los más de 2 mil soles del bono sin cumplir con lo requerido.

Por ello, quizás lo más triste de este escándalo es que ha mostrado aquello que todos ya conocemos: esa viveza tan infaltable en el Perú, donde quien no es conchudo muere por cojudo, donde uno tendría que ser idiota para no quedarse calladito y llevarse esos 2 mil solcitos extra. Total, si todos los demás lo hacen, ¿por qué no lo voy a hacer yo?

Y es que nosotros, desde nuestras casas, nos indignamos -con justa razón- al enterarnos de noticias como esta; pero la pregunta es si nos comportamos de manera distinta en nuestro día a día.

Según un informe del INEI acerca de la percepción ciudadana sobre gobernabilidad, democracia y confianza en las instituciones publicado el año pasado, la corrupción ha pasado a ser percibida como el principal problema del país, incluso por encima de la delincuencia. Sin embargo, cuando evaluamos acciones que nos involucran a nosotros como ciudadanos antes que a los políticos, la indignación pareciera difuminarse. ¿Un ejemplo? Según la encuesta nacional sobre percepciones de corrupción de Proética publicada en el 2017, el 65% de peruanos tienen tolerancia media con la microcorrupción -es decir, frente a acciones como pagar una “propina” para evitar una multa o agilizar un trámite o piratear servicios de luz, agua o cable- y el 16% reconoció haber pagado coimas a la Policía.

Es cierto que la mayor severidad con la que juzgamos a los funcionarios públicos parte de que la plata que ensucian sale de nuestros bolsillos, aunque es cierto también que la telaraña de la corrupción está tejida dentro y fuera del Congreso. Después de todo, de nada servirá que se vayan todos si es que quienes los reemplacen formen parte también de tan arraigada maldición.

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