Es interesante analizar cómo reaccionan los principales candidatos ante revelaciones que podrían perjudicar seriamente sus expectativas políticas. Es el caso de César Acuña, líder de Alianza Para el Progreso y “candidato sorpresa” -dado su inesperado ascenso al tercer lugar en los sondeos- en esta etapa inicial de la contienda.

Primero fue Correo, alertando acerca de un miembro del equipo de seguridad ciudadana de Acuña, el general PNP Carlos Gómez Cahuas, quien había ordenado el resguardo policial a la vivienda del operador montesinista Óscar López Meneses. Ante este ampay, la reacción de Acuña fue rápida y eficaz: separó a Gómez Cahuas y lamentó el error de quien lo había reclutado. Digamos que como no estaba involucrado personalmente le fue fácil escurrir el bulto e intentar voltear la página.

Sin embargo, la prueba de fuego llegaría después. Perú 21 desenterró una historia según la cual, a fines de la década de los 80, César Acuña, de 33 años y dueño de una academia preuniversitaria, embarazó a una menor de 16 con la que tuvo un hijo. Si bien hubo una denuncia por violación en su contra, luego esta fue retirada. Acuña era un empresario casado y con tres hijos cuando sucedieron los hechos. El tema, que corresponde al ámbito privado de los involucrados, alcanza relevancia pública al tratarse de alguien que hoy pretende llegar a la Presidencia. ¿Y qué dice el candidato? Pues dio la peor respuesta: habló de un complot de la prensa, de maniobras de sus competidores y asegura que se trata “de una difamación”. Empero, el análisis desapasionado de la información confirma lo publicado y revela una faceta de Acuña que podría perjudicarlo seriamente en lo que resta de la campaña.

No se necesita ser adivino para saber que por el camino de la negación burda no llegará lejos. Si creyó que el dinero -que un cuarto de siglo atrás pudo acallar reclamos en Trujillo- podía ayudarlo hoy a escala nacional, está equivocado. No es guerra sucia, es la necesidad de auscultar a los candidatos. Y así debe ser. Con todos.

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