La economía está determinada en gran medida por la acción de los actores visibles y por la especulación. Oferta y demanda aparecen y desaparecen. Irán, cuya economía se sostiene en el petróleo, que acaba de lograr el levantamiento de drásticas sanciones a las que fue sometido desde hace casi cinco años por su programa nuclear, ha dado anuncio de que producirá alrededor de 500,000 barriles de petróleo diarios adicionales a los 2,7 millones que ya tenía. Es verdad que no podrá llegar, por lo menos en el corto o mediano plazo, a la impresionante cifra de 6 millones de barriles que alcanzó en los años setenta, pero se trata de un anuncio promisorio. Con su reestreno y por la puerta grande -aunque deberá invertir en tecnología moderna para producir más-, es lógico que sus competidores, entre ellos Arabia Saudí, el primer productor mundial de petróleo y su archienemigo geopolítico en la región, ya han dado un salto hasta el techo. A más petróleo en el mercado, la tendencia al abaratamiento de su precio en el contexto internacional actual se vuelve crítica e imparable. Adicionalmente, hay que considerar la variable Estado Islámico de Iraq y el Levante -controla gran parte de las refinerías en Siria e Iraq con 2 millones de barriles diarios-, que también coloca el petróleo en los ingentes mercados negros asiáticos contribuyendo a que el preciado mineral líquido caiga por los suelos. Desde el 2014 en que el barril se cotizaba en 115 dólares, solo ha sabido caer hasta los 27 dólares en la fecha. Al Perú la crisis le afectaría al disminuir la exploración de lotes, pues los costos de producción son superiores a los valores de su colocación en el mercado.