El “conversar no es pactar” de Ramiro Prialé ha quedado consagrada como una frase histórica dedicada al diálogo y los buenos modales políticos sin afectar principios e ideas. Pero también muy ligada al devenir del APRA del siglo XX; paradójicamente, el partido que más pactos políticos tiene en su haber, algunos de ellos estimados “contra natura”, aunque explicables -dirían los apristas- por su historia de persecución.

El temor a pactar ha terminado siendo un fenómeno muy nuestro. Acá nos hemos llenado la boca hablando de concertación, los políticos se toman miles de fotos, firman papeles, incluso existe un Acuerdo Nacional, pero la realidad es que todo se ha quedado en la fase a la que aludía don Ramiro; hubiera sido extraordinario, por ello, que le agregara una segunda oración: “Y pactar es bueno si el acuerdo se aplica y se respeta”.

Hoy que 14 “partidos” políticos han suscrito un documento en el que grosso modo plantean que el Gobierno cuide que el proceso electoral se conduzca con legalidad y sin interferencias, además de velar por que la economía no se deteriore más y que se hagan esfuerzos reales contra la inseguridad, pienso en esta grave y peruana limitación de no poder advertir con oportunidad las amenazas comunes para esta frágil democracia y reaccionar alineados.

El documento no pasa de ser una exhortación más, pero una “clase” política con visión de país se diferencia de la que no la tiene por su capacidad de adelantarse a los retos para la gobernabilidad. Hay que ser muy osado para afirmar que en el Perú siquiera existe una “clase política”.

Si a mediados del mandato Humala, como mucho, esos 14 partidos hubieran aplicado una agenda país, quizá usted hoy no estaría leyendo esta columna.

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