Debo insistir en analizar los gestos y actitudes de los políticos, y en general de todos aquellos que tienen poder en las relaciones internacionales, porque sus conductas externalizadas muchas veces producen el devenir de los intereses de los Estados. La escena en que el nuevo presidente de Francia, Emmanuel Macron, tiende la mano a su homólogo estadounidense, Donald Trump, en el marco de la reunión del G7, en Bruselas -era G8, pero Rusia fue excluida luego de anexar la península ucraniana de Crimea (2014)-, ha sido comentada en Francia y en el mundo entero. Macron es menor que Trump por 31 años. No es poca cosa. Probablemente el presidente republicano esperaba dominar al joven mandatorio galo (39), como lo ha hecho en otros saludos a líderes mundiales. Esta vez la torta se volteó. 

Fue Macron quien dominó la escena, y eso parece que no estaba en los cálculos del jefe de la Casa Blanca. Macron ha salido ganando. Se mostró firme ante el presidente más poderoso de la Tierra y eso ya es bastante, pues el hecho de ser un treintón para muchos analistas era el presagio de que sería prácticamente manejado al antojo de líderes mayores que él y, además, con mayor experiencia en la tarea gubernativa. Cuando Macron no le soltó la mano a Trump, le estaba diciendo que la edad es lo de menos y que debía mirarlo horizontalmente, como suele hacerse en las relaciones internacionales entre Estados con poder, como es el caso de Francia y EE.UU. Macron se ha ganado algunos buenos puntos en la confianza del pueblo francés, que lo eligió su presidente hace menos de tres semanas. El cuadro de ayer en Bruselas enseña que jamás debe minimizarse la figura de los demás. 

Finalmente, es un abc de las relaciones internacionales que gran parte de los acontecimientos que suceden en el mundo son relevantes por sus simbolismos, que es lo que cuenta en el sistema internacional. Los gobernantes deben tenerlo en cuenta y saber administrarlo.