La idea de aferrarse al cargo presidencial o, lo que sería lo mismo, persistir en no dejarlo, viene siendo motivo de rechazo ciudadano en diversas partes del mundo. Por ejemplo, la mayoría de bolivianos no desea que Evo Morales siga al frente del gobierno, y se lo dijo en un inobjetable referéndum. 

La oposición paraguaya, apenas el presidente Horacio Cartes intentó, vía el Congreso, realizar una movida legislativa para posibilitar su reelección, la rechazó con fiereza. Ahora le toca a Vladímir Putin, el presidente ruso que lleva en el poder cerca de 15 años. 

Llegó por primera vez en 2000 y permaneció por dos mandatos consecutivos de cuatro años cada uno, hasta 2008. Para cuando acabe su actual gobierno, iniciado en 2012, que deberá ser en 2018, conforme la regencia del cargo de 6 años que se hizo en la constitución rusa, y de lograr una victoria electoral, podría terminar al frente del Ejecutivo por casi medio siglo, lo que no se veía en el país desde los tiempos del dictador Stalin. 

Es verdad que Putin aún no ha dicho nada, pero todo indica que estará detrás de lograr el objetivo. Al presidente ruso le ha ido muy bien en su vida política, notoriamente ascendente, llegando a ser reconocido, y eso no puede ser objetado. Putin es esencialmente un hombre de inteligencia y cuenta con una formación académica muy sólida. 

Su performance como abogado ha sido interesante y su aceptación política ha estado determinada por los logros en el crecimiento económico nacional y desde luego el volver a posicionar a Rusia como actor de primer orden en las relaciones internacionales, si acaso miramos cómo quedó la ex Unión Soviética y, por tanto, la Federación Rusa, al final de la Guerra Fría. 

Con todo lo anterior, hay importantes sectores, como los que realizaron las manifestaciones de ayer en San Petersburgo, la segunda ciudad del país, que se han mostrado contrarios a una eventual reelección del presidente.