Mientras todos están atentos al avance del Covid 19 a nivel mundial y las acciones extremas que se adoptan, pero necesarias, por diferentes gobiernos, Arequipa el último fin de semana soportó nuevamente torrenciales lluvias, con lo cual se repite el refrán climático: enero poco, febrero loco y marzo otro poco.

Fueron tres días duros, en especial para poblaciones instaladas en zonas donde la tempestad dejó considerables daños en la infraestructura urbana y acabó por destruir el sistema precario vial existente en la ciudad, además del colapso de diferentes servicios y que regresan cada año en temporada pluvial.

Lugares supuestamente seguros, y cuyos residentes pensaron que las precipitaciones no los alcanzaría, también están entre los damnificados, sin embargo y como cuestiono, la mayoría de afectados son quienes ocuparon sitios considerados de riesgo o por donde siempre discurrieron agua de lluvia, es decir quebradas y cauces de antiguos ríos, en Arequipa llamadas torrenteras o llocllas.

Siempre escuché un dicho: “el agua recupera su cauce” y eso pasó una vez más en Paucarpata, Mariano Melgar, Cerro Colorado, Socabaya, Tiabaya y otros distritos, donde edificaciones de diferentes tamaños se construyeron en lugares peligrosos con complicidad de autoridades de turno, quienes prefirieron actuar populistamente y no hicieron respetar las recomendaciones.

Se anuncian para estos días nuevas precipitaciones y esperemos que estas sean mínimas, pues el número de afectados aumentará, con lo cual gran parte de los recursos públicos tendrán que destinarse para superar los problemas causados por este fenómeno natural, que podría ser menor en lo posterior si actuamos con seriedad, sobre todo planificando.