La coyuntura nos obliga a emular a Zavalita y preguntar: ¿En qué momento se jodió el Perú? Porque, de verdad, estamos jodidos y no hay panacea a la vista.

La coima, por ejemplo, es casi un dogma y Odebrecht lo ha dejado bien sentado por escrito. El daño moral que estos cacasenos mermeleros le han hecho al país es irreparable. Vivimos entre “ratas” y “peces gordos” famélicos.

Aquí, además, el prójimo, el vecino, el transeúnte, el enfermo, el necesitado, el inválido nos importa un bledo y no tenemos el menor reparo en venderle un medicamento de contrabando, falsificado, caduco, “trucho”, recogido de la basura. Al diablo si se muere.

Y en ocasiones nos disparamos a los pies, obnubilados por llenarnos los bolsillos a costa del avivato puro. ¿Cómo es posible que en la misma Escuela de Suboficiales de la Policía Nacional, en Puente Piedra, le roben la computadora a los patrulleros inteligentes que sirven para custodiar las calles y darle seguridad a la población?

Alguien podría decir “pero si en el mismo Palacio de Gobierno el tal Carlos Moreno, asesor de PPK, hacía ‘negociazos’ con la salud de los más necesitados”, y no le faltaría razón. Ya ni la Casa de Pizarro se salva de los tentáculos de la corrupción. Y es que la clase política nuestra es de Ripley.

Por estas y otras acciones, que nos colocan aun en el submundo, es que no son pocas las personas que se alegran al saber que un efectivo policial, armado de valentía, mató sin dilaciones a tres hampones que fungían de colectiveros e intentaron asaltarlo junto a su esposa embarazada. Con más agentes de esta sagacidad, el Perú no estaría tan jodido.

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