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En una llamada al programa radial “Despierta Perú” de RPP, un oyente compartió una curiosa fábula que iba más o menos así: un presidente ante su consejo de ministros toma una gallina viva y le arranca parte del plumaje. El animal -relataba el oyente- permanece inmóvil y en sufrimiento en el suelo; entonces, el mandatario lo toma de nuevo en sus manos y termina de desplumarlo. Ante la sorpresa de sus ministros, el jefe de Estado arroja unas semillas al suelo. La gallina, a pesar de su agonía, se arrastra hasta los pies del presidente para alcanzar alguna semilla.

La metáfora servía para explicar el comportamiento que los gobernados solemos tener respecto de nuestras autoridades, quienes pueden golpearnos de distintas maneras: cayendo en corrupción, manejando irresponsablemente la economía, generando crisis políticas, etc. Sin embargo, basta con que nos tiren unas semillitas al suelo para que olvidemos, perdonemos e incluso aplaudamos a quien nos ha desplumado.

Así, escogemos a Alan García hipnotizados por la promesa de salvarnos de su competidor chavista y radical, sin importar que su primer gobierno haya roto récords en negligencia. Perdonamos también a heroicos fiscales que plagian para conseguir títulos y a congresistas que abandonaron la bancada congresal que aborrecemos más visceralmente, aunque haya sido por conveniencia.

En un país donde la corrupción es la regla, ponerse el disfraz de honesto y adoptar el discurso anticorrupción se ha vuelto casi una obligación entre las autoridades, y nosotros, los mortales, nos olvidamos con demasiada frecuencia de dudar de los poderosos.

El ejemplo más reciente en esta colección de desencantos ha llegado esta vez gracias al congresista y expremier César Villanueva, quien en marzo del año pasado presentó una moción de vacancia contra Pedro Pablo Kuczynski, cuando se conoció que el entonces presidente había contratado con Odebrecht a través de sus empresas.

Cuando Hinostroza fugó del país, Villanueva le mintió descaradamente a todo el país, cayendo en vergonzosas contradicciones que medio Perú prefirió pasar por agua tibia, ya que se trataba del primer ministro de un Gobierno valiente e inmaculado.

Tiempo después, Jorge Barata -quizás el más grande pinchaglobos de los confiados- ha cantado de nuevo, y Villanueva no tiene dónde esconder su rabo de paja. El chiste -como siempre- se cuenta solo.

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