La situación de los servicios de inteligencia en el Perú es calamitosa, particularmente lo que viene ocurriendo en la Dirección Nacional de Inteligencia (Dini), la que se ha convertido en una verdadera coladera.
La inteligencia ha sido muy permeable a la ola de informalidad que tiene el Perú. Debido al proceder politizado y corrupto de diversas administraciones, la seguridad nacional ha sido colocada en una situación de vulnerabilidad. Hoy los servicios de inteligencia privados son mucho más eficaces que los que tiene el Estado peruano. Buenos ejemplos son las firmas globales Stratfor o Leonie Group.
Lo que ocurre hoy en la Dini solo es comparable con lo que lo que pasa en las aventuras del inepto agente secreto Maxwell Smart, el Superagente 86. Él y su compañera (y, más tarde, esposa) la agente 99 trabajaban para CONTROL, una agencia secreta del gobierno estadounidense. La incompetencia de Smart siempre causaba complicaciones, pero nunca fallaba en sus misiones gracias a su suerte y a la ayuda y astucia de la 99. Algo similar ocurre con Ollanta y con Nadine, quienes nos recuerdan al agente 86 y a la 99.
La ausencia de una política de Estado en materia de seguridad ha facilitado la politización de los servicios de inteligencia, donde hay corrupción, complots políticos y espionaje contra la prensa y los políticos de oposición (y del Gobierno).
La anarquía o el (des)gobierno por facciones, la fuga de información y el uso indebido de los servicios secretos son inaceptables y evidencian que la institución está hoy en una crisis similar a la del SIN de Montesinos o el CNI de Toledo y Almeyda.