Escucho a padres y maestros sostener que para ser competitivos los chicos tienen que aprender a competir, por lo que introducen todo tipo de competencias y “orden de mérito” según notas desde la educación inicial y primaria. Con ello socavan la competitividad de sus hijos. Me explico.

Si la competitividad es la capacidad de la persona de desplegar sus potencialidades para abrirse paso entre sus pares con los que compite -sea en el deporte, artes, profesiones o en el mercado de bienes y servicios- cae por su peso la pregunta de cómo se logra alcanzar ese óptimo. Allí es donde se divorcian la competitividad con la competencia introducida desde edades tempranas en niños que aún no tienen la fortaleza para sostenerse con solidez en esa competencia. Es un despropósito hacer competir a un niño convirtiéndolo en un perdedor cuando aún es frágil, no ha constituido una personalidad sólida, está en proceso de construir su tolerancia al fracaso, a reconocer que así como tiene áreas débiles tiene otras fuertes sobre las cuales construirá su éxito y autoimagen de competente. Al hacer competir a los escolares de inicial o primaria entre sí, se cultiva la vanidad de unos pocos ganadores (cosa que les jugará en contra cuando tengan que enfrentar retos mayores en los que no siempre ganarán) y se golpeará la autoestima y seguridad en sí mismo de la mayoría que serán perdedores. Eso no formará una generación de jóvenes competitivos.