En los últimos meses, la palabra “género” se ha convertido en un término casi tabú para muchos. Su mera alusión despierta pasiones y genera desencuentros hasta en esferas de debate que se suponían serias como el Congreso de la República.

Lamentablemente, estamos ante un escenario en donde la racionalidad y los argumentos se dejan de lado, olvidando que este término es utilizado desde hace muchos años en las políticas públicas y que su aplicación es fruto de obligaciones asumidas por el Estado peruano de manera expresa y voluntaria. Recordemos si no que la igualdad de género es uno de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas y que incluso desde 1995, con la aprobación de la célebre Plataforma de Acción de Beijing durante la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer, el Perú y muchos Estados acordaron expresamente “garantizar que todas nuestras políticas y programas reflejen una perspectiva de género”.

El Perú cuenta además con un ente rector en esta materia, constituido en 1996 en pleno gobierno fujimorista, y con diversos instrumentos sobre el tema, como el Plan Nacional de Igualdad de Género, vigente a la fecha. Además, como es natural, muchos de los planes de gobierno aluden al término y desde luego eso es algo muy positivo que no debería siquiera sorprendernos.

Por lo tanto, esta reciente intención de volverla una mala palabra, que apunta desde varios frentes a desterrar su uso, resulta ser un intento poco serio de legislar sobre políticas públicas y nos involucra en discusiones sobre supuestas ideologías que nos distraen de lo relevante para el país y para el ciudadano. No nos sumemos a ese juego.