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Cuando niña, todo en mi familia se compraba en setiembre, o no se compraba. Pasábamos el año rogando que setiembre fuese bueno, todas nuestras ilusiones estaban puestas en ese mes.

¿Por qué setiembre? Porque mi papá era agricultor y sembraba papa en Ica. En setiembre la papa se cosechaba y podíamos comprar o viajar si el precio de la papa era alto; si el precio era bajo, solo quedaba esperar al siguiente setiembre. ¿Qué pasaba? Si no había muchas hectáreas sembradas de papa, el precio que se pagaba en chacra por la papa podía ser altísimo; pero si había mucho sembrado, el precio se venía al suelo.

Cuando escucho al ministro Arista señalar que ha habido exceso de oferta, me remonto a mi niñez, algo que, como es obvio, en un país que pretende ser moderno no debería suceder.

Y es que en el mundo del siglo XXI existen comunicaciones en tiempo real que debería tener el Gobierno para saber cuánta papa se está sembrando y los agricultores podrían planificar e irse a cultivos alternativos, evitándose llegar a extremos como el actual, donde el Estado ha tenido que comprar papa para evitar la quiebra de pequeños agricultores.

Seguimos como antes, con un Estado que no responde donde debiera y con algunos echándole la culpa a quienes importan papa que, como sabemos, no llega al 1% de la papa consumida en el país.

El Estado debe tener un centro de información sobre siembra de cultivos e información sobre sustitución de los mismos, con los precios promedio. Todo esto es mejor que el Gobierno compre los excedentes, aunque ciertamente se ha hecho antes.

Debemos también pasarle la responsabilidad de sus

decisiones a los agricultores, así sean pequeños, pero con las herramientas de información necesarias.