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La semana que pasó debería ser útil para despejar cualquier duda: sin política no se ganan elecciones. PPK volteó el partido porque dejó de lado el discurso insulso de la tecnocracia para dar paso a la política, abrazando el apoyo de los distintos movimientos que veían como inaceptable el regreso de una forma de gobernar que tanto daño nos hizo como país.

El primer paso fue diferenciarse del fujimorismo: resaltó la ausencia de un plan en el discurso de su rival, visibilizó los riesgos de un narcoestado, recordó lo que significó la dictadura de los noventa y resaltó que el fujimorismo de hoy es el mismo de ayer. Logró revertir el escenario porque le extendió la mano a los jóvenes activistas, a quienes muchos llaman prejuiciosamente “jóvenes rojos y revoltosos”, que le dieron calor y contenido a su campaña. Ganó porque Verónika Mendoza consideró que el Perú valía más que las injurias difamatorias que había recibido y se sumó a la campaña con firmeza, acercando al candidato a los pueblos del sur, que no dudaron en hacer patria. Ganó porque Julio Guzmán, políticos, partidos y figuras públicas también se sumaron. Ganó porque millones de peruanos dejamos de lado nuestras diferencias y entendimos que la política es el arte de los posible.

PPK ganó porque dio paso a la política, la que hizo su partido tímidamente en las últimas semanas, pero sobre todo la que hicieron millones de ciudadanos a favor suyo. El triunfo del domingo es un triunfo que trasciende a PPK y que se logró sumando. El 28 de julio comienza otra historia, pero lo mejor es tener eso bien presente y entender que esa suma implica un compromiso que millones esperan que se cumpla.