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Al retornar a Roma le preguntaron al Papa Francisco -venía de visitar un campo de refugiados en la isla Lesbos de Grecia- por qué había decidido llevar consigo a 12 sirios musulmanes en vez de preferir a cristianos. El Santo Padre no se inmutó y dijo que la decisión no giró en torno a la consideración del credo religioso de los afortunados, sino a su calidad de personas humanas. El gesto ha sido extraordinario. Francisco ha arrancado a tres familias de la desgracia de un futuro incierto cundido por la infelicidad e inestabilidad social y jurídica, para darles la oportunidad de encontrar un lugar para una vida de paz y sin sobresaltos. El sentido humanitario es lo más relevante del derecho internacional de los refugiados, una de las ramas del derecho internacional que se encarga de regular la protección de aquellos que huyen de sus lugares de origen cruzando las fronteras ante la inminencia de que pierdan la vida por el conflicto. El Vaticano ha anunciado que asumirá la manutención de los 12 refugiados -tres familias-, que ya han sido integrados en lugares domésticos regentados por la Iglesia. Nada más hermoso que tener la capacidad de hacer felices a los demás y eso es lo que ha desnudado al Sumo Pontífice argentino, que ha tenido la diligencia de que los beneficiados contaran con sus documentos en regla para no colisionar con los recientes acuerdos sobre refugiados entre la Unión Europea y Turquía. Junto a lo anterior, Francisco reitera con sus gestos y actos la naturaleza ecuménica de la acción de la Iglesia sobre la diversidad de creyentes, es decir, donde no importa de qué religión sean las personas, sino de que todos los seres humanos, finalmente, son hijos de Dios.

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