Lo que la dictadura de Maduro está haciendo con Venezuela tiene una explicación ideológica. Pero lo que el resto de Latinoamérica hace con Venezuela clama al cielo. Por encima de las diferencias de partido, Venezuela es la cuna de la libertad americana, y el abandono absoluto en el que se encuentra el pueblo venezolano denota la profunda miseria moral de un continente que no ha estado a la altura del sueño de Bolívar nunca, ni hace dos siglos, ni ahora.
Por eso el pueblo libre venezolano tiene que enfrentarse en soledad al Leviatán chavista, ese golem autocrático que solo comprende el idioma de la fuerza. El chavismo ha envilecido no solo a los venezolanos, también ha esparcido su ponzoña por toda América Latina. Así, frente al silencio de la izquierda y la complicidad de muchos gobiernos derrotados por su relación con Caracas, solo queda sostener que el chavismo sobrevive, como tantas dictaduras en nuestra historia, por la pasividad cobarde de sus vecinos y por esa molicie propia de aquellos que consideran que la política más que sacrificio es puro oportunismo.
La sangre de los inocentes venezolanos caerá sobre todos aquellos que permanecen de costado mientras avanzan los tanques de la represión chavista. Los gobiernos tienen que pronunciarse y la presión internacional materializarse en una condena efectiva. Pero, sobre todo, urge conminar a los tibios de toda la vida, a las malaguas que nunca se pronuncian, porque las dictaduras también sirven como termómetro para identificar a los verdaderos demócratas, tan distintos de esos falsos profetas que se esconden bajo el ropaje de la imparcialidad y la tolerancia.