Desde la segunda Intifada o guerra de los palestinos, han sucedido sistemáticos ataques terroristas en la mismísima Puerta de Damasco, una de las más emblemáticas de la Jerusalén antigua, con el saldo de varios muertos. Por supuesto que desde esos años (2000 a 2005) volvieron a producirse más ataques, como el de ayer, en que fue apuñalada una joven de 23 años de edad, agente de la policía de fronteras israelí. Construida en 1542 por el Imperio Otomano bajo el gobierno de Suleiman el Magnífico, pareciera que los atentados en este histórico lugar tuviesen el propósito de mostrar un acto de reivindicación al espacio árabe en la vieja ciudad de Jerusalén, tantas veces acusada como propia por los seguidores de Mahoma (por el Domo de la Roca de donde se cree que Mahoma partió a los cielos en un caballo alado), por los judíos (por el Muro de los Lamentos, que los descendientes de Abraham asumen como el lugar de la eterna alianza con Dios y el más puro y cercano a este) y por los cristianos (por el Santo Sepulcro, donde al tercer día de muerto Jesús de Nazaret resucitó para luego ascender a los cielos), las naciones que profesan las tres religiones monoteístas históricamente más importantes de la historia universal desde la perspectiva de Occidente, pues el budismo tiene un peso gravitacional extraordinario para los asiáticos. Llama la atención que el Estado Islámico, que es sunita, se haya atribuido en las últimas horas el crimen, cuando casi siempre han sido imputados al Hamas, chiita, que también lo ha asumido, y que continúa empoderado en la Franja de Gaza. Miremos el fondo del asunto. Seguirán los atentados terroristas contra el pueblo de Israel, lo que reprobamos en todos sus extremos, hasta que los judíos comprendan que el asunto de fondo son los territorios ocupados y no, como muchos creen, que se trata de un problema religioso.