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Sí, cómo no, ahora nadie conoce a Greysi Ortega y menos a Ítalo Villaseca, el aún consorte de la colombiana, ambos protagonistas de una telenovela de la vida real que muchos siguen capítulo a capítulo. Amor, traición, secretos no revelados, una heroína, varios villanos, ingredientes que mantienen en vilo a los televidentes que ayer vieron aparecer nuevamente a la parejita en El valor de la verdad para continuar con la historia y sacarse los trapitos que faltan. Audiencia asegurada, sector A-B con picos de rating que sorprenden, el resultado que nadie quiere admitir pero que existe. Y todos negando lo evidente. Porque claro... “nadie ve ni lee estas historias escabrosas”. Y cuando a los fieles de la trama se les pregunta, miran al cielo, se hacen los locos, ponen cara de circunstancia y muy serios juran que nunca se les ocurre sintonizar esos programas en los que se destripan unos a otros, se dicen la vela verde y, además, uno se entera de cosas que no debe. Pero cuando llega la hora, cierran las cortinas, ponen bajito el volumen del televisor y a despacharse a su regalada gana de la vida de las colombianas, las Malús y toda nuestra variopinta fauna farandulera, que no es ni mejor ni peor que las Kardashian, las Paris Hilton y otras que viven de su cuento y de sus millones. “Doble moral”, le llaman, esa que en el caso de la pantalla chica termina con su audiencia dándole carné de identidad a los contenidos que tanto critican, porque aquí hay una cosa tan cierta como simple. Si el televidente no avala un programa con el rating, este desaparece más rápido que inmediatamente. La televisión es un negocio, no beneficencia, y si algo no funciona, no trae auspicios y hay más pérdidas que ganancias, zas, fuera de la pantalla. Entonces ya saben lo que deben hacer sus críticos y no redactar sesudos comunicados de protesta ante organismos gremiales que de nada sirven; eso sí, siempre y cuando lo que se cuestiona no infrinja el horario de protección al menor, que es otro cantar. Pero vayamos a la raíz del asunto, a la causa de esa extraña fascinación de muchos de los televidentes por estos seres mediáticos que aparecen con más frecuencia que antes dispuestos a contar todo, sin censura y con ganas de armar polémica. Un reputado especialista me dio la respuesta que podría generar controversia. “Todos los que siguen estos programas en las que muchas parejas cuentan sus desventuras, en el fondo están proyectando sus vidas en ellas, y de una u otra forma quieren conocer cómo van a resolver esos conflictos que también ellos padecen, pero que no salen de sus cuatro paredes”. Suena lógico, ¿no? La frecuente y extraña sensación de identificar en la casa del vecino todos los rollos que hay en la nuestra y que negamos. Esa es la verdad de todo.