En el caso del Solsiret las disculpas del Estado parecen cómodas máscaras para esconder su responsabilidad. Se disculpó el ministro del Interior, Carlos Morán. Hizo lo propio el extitular de la misma cartera, Carlos Basombrio. Se nota que solo intentan una conexión emocional con los deudos, aunque también supone un gesto pragmático para darle las excusas a todo el país.

Cuando el Gobierno se empeñaba en dar la sensación que estaba haciendo algo para combatir los crímenes e inseguridad, sucedió lo de Solsiret, que representa el abandono del Estado en aspectos claves de nuestra sociedad. A partir de aquí se nota que no hay discursos objetivos sino un parloteo que quiere justificar la indolencia.

La violencia crece en nuestro país y no hay respuestas contundentes. Con frecuencia se invoca a medidas urgentes para frenar la delincuencia, pero las autoridades no se rigen por fines claros y contundentes. El peligro es que la violencia sea algo rutinario. En el libro “Characteres et Anecdotes” se da cuenta que en el siglo XVIII Lord Hamilton mató de un golpe involuntario a un joven que le servía en una posada. Cuando iba a retirarse a su habitación, el dueño lo detuvo alarmado. “Disculpe Milord, pero ha matado usted a un sirviente”, le dijo. Sin alterarse, antes de seguir su camino, Hamilton le respondió: “No se preocupe, póngalo en la cuenta”. Este relato es indignante, como lo que sucede en nuestro país. No queremos que Solsinet y las demás víctimas se conviertan en cifras y que el presidente Martín Vizcarra, ministros, autoridades policiales y judiciales sean como los extras de las películas, como los adornos de más jerarquía.

Ya vienen las elecciones presidenciales. Todos tendrán soluciones. Todos prometerán lo increíble. Tratarán de convencernos que bastará con desearlo para que aparezcan las soluciones. Como decía la escritora británica Mary Ann Evans: “Se acercan las elecciones. Se declara la paz universal y los zorros muestran un interés sincero por prolongar la vida de las aves de corral”.

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