Estaba cantado el triunfo del centro liberal Emmanuel Macron en Francia sobre Marine Le Pen, hija del viejo político ultraderechista Jean-Marie. Horas después de conocerse los resultados de la primera vuelta electoral, en mi columna intitulada “FRANCIA PARECE NO QUERER RADICALISMOS POLÍTICOS”, como muchos, lo dije: “La primera conclusión que deriva de las elecciones de ayer (domingo 23 de abril) en Francia pasa por que sus ciudadanos no quieren los radicalismos y/o ultranacionalismos políticos…”. 

En buena cuenta, está claro que los franceses no querían a Marine y la contundencia del resultado en favor del político treintón -65.5% vs. 35%.5- de la segunda vuelta de ayer domingo lo ha confirmado. Eso quiere decir, entonces, que los franceses no están afiebrados ni se dejan llevar por emociones súbitas. Al contrario, pisan tierra y han efectuado un riguroso examen de fortalezas y debilidades sobre qué es realmente lo que conviene al país en esta etapa compleja de su historia reciente, donde el terrorismo del Estado Islámico, la migración y el desempleo se han convertido en los asuntos más difíciles de su vida nacional. Macron acaba de hacer historia en Francia convirtiéndose en el presidente más joven (39) desde el inicio de la Quinta República en 1958 con Charles de Gaulle, héroe viviente de la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), que por cierto visitó el Perú en 1964. 

Las cualidades y el discurso de Macron han sido importantes, pero más aún el rechazo ciudadano a las propuestas contestatarias de Marine que, de haber remotamente ganado, hubieran alborotado la normalidad de la vida política francesa, ya removida por los atentados de los últimos dos años y su frenético deseo de llevar adelante la salida de Francia de la Unión Europea. Macron deberá confirmar su poder político obteniendo el mayor número de diputados en las elecciones de fin de mes. Esa será su primera tarea.