Los cambios que viene realizando el papa Francisco en el seno del Vaticano siguen dando que hablar. Las razones son desde las diáfanas que asienten que por fin un sumo pontífice está decidido a realizar progresivas transformaciones profundas en el modus vivendi y gobierno al interior de la Iglesia, hasta las que conspiran contra el Santo Padre al verse descubierto un mar de irregularidades. El Papa argentino no es ningún cándido eclesial y al detectar cuestiones muy feas en la administración financiera del Vaticano, como vida pomposa y hasta frívola de algunos prelados contrarias al voto de pobreza que profesan, ha decidido cortarles el caño, provocando la reacción que estamos viendo, como la filtración de documentos claves (Vatileaks) sobre la reacción papal y por supuesto con el propósito también de desprestigiar al Pontífice jesuita. Es una pena todo lo que le está pasando a la Iglesia donde, además, ocupa titulares de los medios el escándalo de denuncias de abuso sexual en el Perú por parte del fundador del Sodalicio de Vida Cristiana, Luis Fernando Figari. Ya sabemos que estos asuntos no tienen por qué afectar a la Iglesia, de la que aprendimos en el catecismo que es una, santa, católica y apostólica, pero la verdad es que sí la afecta, y por ello no debemos tapar el sol con un dedo. La reforma religiosa del siglo XVI históricamente fue uno de los momentos más críticos del cristianismo y la Iglesia pudo salir adelante no solo por la contrarreforma sino, además, por los verdaderos propósitos de enmienda. Esperemos que Francisco logre reformar y renovar la Iglesia de Jesucristo, que siempre será mayor que sus problemas.