Si no he entendido mal, dice nuestro Nobel, que “un hombre en una ciudad china comió o fornicó con un murciélago” y apareció el COVID-19. Mejor me quedo con la impresión que alguna gente, en especial los que gobiernan, cree que el COVID-19, así como llegó, sin saber cómo y por qué, también se irá, sin mayores explicaciones. Los únicos a los que parece preocupar el asunto es a un puñado de científicos locos que andan tras las vacunas y tratamientos. 

Ya podemos seguir imaginando hasta dónde llegará la mitología ante lo que, simplemente, nos es desconocido. Pero a los que no puede parecer desconocido es a los que en estos días debaten sus ofertas para hacerse del sillón presidencial. Como si con ellos no fuera, no les parece prioritario ni tienen ideas claras de qué hacer. Cuando la salud está en discusión, el dinero y amor pasa a ser secundario.

Después de los lugares comunes, como ir de compras (de más vacunas, de oxígeno y camas UCI) ya deberían haber presentado equipos técnicos y estrategias (con quiénes y cómo hacerlo) para que los electores comparemos factibilidades. También olvidan que la estrategia para enfrentar la pandemia, salga quien salga elegido, necesariamente exigirá la solidaridad y cohesión total de la nación. Es decir, la crisis sanitaria no tendrá salida si nos encuentra divididos, polarizados como en esta campaña con una candidata cuya fuerza es el pequeño A acorralado en Lima y un candidato cuyos votos están en el D y E de las regiones abandonadas por el centralismo.

Planteado así, del enfrentamiento entre dos extremos socioeconómicos, nada bueno se puede esperar. Es diferente la actitud que necesita nuestro futuro inmediato. No parece ser muy inteligente lo que estamos haciendo. Todos tenemos que ganar.