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La foto como ciclista en las calles de Madrid movió la curiosidad y comentario. La explico. Vivo un año sabático -político y universitario-, pues 14 años en el Instituto de Gobierno y muchos más de política activa hacen necesario reflexionar sobre nuevos temas y, además, desde lejos, observar como el Partido del Pueblo adopta las decisiones más convenientes para su futuro.

Puedo leer, pensar, caminar y, aun circulando en bicicleta, seguir el acontecer de la política. Me es imposible dejar de analizar los conflictos, las estrategias del poder y la actitud de los pueblos de aquí, de allá o de acullá. Todos buscando el equilibrio, como la bicicleta, y obligados al avance para no caer; especialmente los gobiernos que, como el peruano, recién se inician y carecen aún de la inercia que dan las obras en marcha o los años.

Madrid, en la que viví largos periodos desde 1972, me conmueve con muchos temas de su larga historia. Por ejemplo, el fragor de la guerra civil 1936-1939. Republicano por familia y aprismo, recorro, como antes, la Ciudad Universitaria donde, en 1936, se detuvo el asalto a la capital; camino la Gran Vía pensando en los anarquistas de Durruti que allí desfilaron hacia el frente o en las Brigadas Internacionales venidas a morir en Madrid. Pero también me sobrecogen algunos recuerdos del bando adversario: sitiado el Alcázar de Toledo por las fuerzas republicanas, los franquistas resistían. Súbito, el jefe de la plaza, coronel Moscardó, recibe una llamada telefónica de su hijo: “Dicen que me fusilarán si no entregas la plaza”. Y le responde: “Entonces reza, grita viva España y muere como un hombre. Adiós, hijo”.

Pienso sin cesar en los errores del régimen republicano y en el extremismo homicida al que se llegó, pero también en los errores y la crueldad extrema de sus adversarios. Veo nacer, sin armas pero con pasión similar, otros errores y extremismos; y pienso cuán parecidos son a los nuestros, los de todos los países y dirigentes, porque quien piensa un pueblo y su dinámica, estudia el suyo, aunque no lo entienda así. Pero la pasión no solo fue política. La pasión distanció a Cervantes y a Lope de Vega, la ilusión apasionada distanció al Quijote de la realidad. Y más allá de la pasión, fue el odio el que nos quitó a García Lorca.

Pero, de otro lado, la inteligencia nos dio al filosofo Unamuno que, demócrata y republicano, se alejó del extremismo desordenado y apoyó el golpe contra la República. Pero después se enfrentó al mensaje de muerte y exageración de los rebeldes, con su palabra inmortal: “Venceréis pero no convenceréis”. Fue la última de sus paradojas, pero en su ir y venir, mostró el péndulo, el corsi ricorsi, que marca la historia de los seres y los pueblos. ¿España? ¿Perú? ¿Latinoamérica? ¿En cuál de ellos estoy pensando al decirlo? Difícil saber, pues el ser humano es uno solo.

Rueda la bicicleta y recuerdo lo que alguien dijo: “Las dictaduras son como las bicicletas, si se paran, se caen”. Es verdad, pero también se caen las democracias inactivas y hasta la vida misma si se vive como un tiempo inerte, sin pasión ni objetivos. Y así, como la bicicleta, pedalean la política, la libertad y la vida buscando, con ese esfuerzo, afirmar su futuro.