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En un país considerablemente conservador como es el Perú, aún pareciera irreal escuchar a congresistas usar la palabra “cannabis”. Sin duda, la avalancha de titulares que viene generando el debut de la marihuana medicinal en la ley peruana es una buena noticia.

Sin embargo, si lo que queremos es seguir legislando en base a la evidencia científica y no a prejuicios, aún falta harto por caminar. ¿La meta? La legalización de la marihuana a secas. No solo medicinal, también recreacional. Ensayemos dos motivos:

1. La marihuana no genera daños suficientemente alarmantes como para justificar su prohibición. De hecho, el consumo excesivo de otras sustancias que sí son legales puede ser más dañino que el cannabis. Según un estudio publicado en Nature -una de las revistas científicas más prestigiosas del mundo- consumir marihuana es 114 veces más seguro para la salud que beber alcohol. Además, es muchísimo más posible morir de sobredosis de alcohol o de tabaco que de marihuana: para morir de sobredosis de cannabis, una persona tendría que consumir 680 kilos en no más de 15 minutos, lo cual es virtualmente imposible.

2. ¿Sirve realmente la prohibición? Y es que una cosa es que no estemos de acuerdo con el consumo de marihuana y otra muy distinta es que su prohibición sirva para combatirla.

Prohibir un producto no elimina el mercado, sino que crea un mercado negro, paralelo, informal, con efectos secundarios dañinos que no se presentarían -o se presentarían mucho menos- si fuera legal. Uno es la menor calidad del producto, que, desde la clandestinidad, termina siendo más nocivo para la salud. Otros son la imposibilidad de recaudar impuestos y la delincuencia que los mercados negros generan. ¿Se acuerdan de Al Capone? Ese es el resultado de la prohibición del alcohol en Estados Unidos en los años 20: continuación de consumo y venta a pesar de la ilegalidad, pero con mafias y delincuencia.

Ahora, es cierto también que la evidencia muestra que existen casos en que el consumo de marihuana puede causar daños en el cerebro y activar trastornos mentales (como ocurre también con el alcohol). Como con cualquier sustancia que genera riesgos en la salud, quien la consuma debe hacerlo responsablemente -además de ser mayor de edad- y tomando en cuenta elementos, como su historial familiar y opiniones médicas. El resto son tabúes.

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