Muchos hemos destacado la importancia histórica del reciente fallo de la Corte Suprema de EE.UU., convalidando la legalidad y constitucionalidad del matrimonio igualitario en todos los estados de la Unión.

En el Perú, lamentablemente, estamos a la zaga en materia de reconocimiento de este derecho. Pertenecemos al mismo club que Venezuela, Bolivia y Paraguay si solo nos comparamos con los países de Sudamérica. Ni siquiera se ha podido aprobar la Unión Civil, y ha aparecido el esquema de la “Unión Solidaria” como salida para la protección patrimonial, pero tapando el reconocimiento explícito a la condición de gay o lesbiana de miles de personas.

¿Por qué? Confluyen, creo, dos tipos de resistencias que lindan con la intolerancia, que son extendidas histórica y mundialmente.

Una es el rechazo o la fobia propiamente a cualquier manifestación de amor o a la existencia incluso de una relación o unión que no sea típicamente heterosexual. Millones de personas hemos sido educadas y formadas, o condicionadas socialmente, en la estigmatización a lo diferente, sea esto practicado o no por una minoría. Lo mismo sucedió con el matrimonio interracial o interreligioso, el voto femenino, o cualquier otro reconocimiento de derechos que ha ido abriéndose paso a lo largo de la historia.

¿Qué origina esa intolerancia? El miedo a que todo lo diferente me afecte, al contagio, a la influencia, a que mi estructura de pensar y actuar sea abolida y/o secuestrada.

La otra es la intolerancia a las ideas o la afectación a la fe y a las creencias religiosas. Y aquí también los miedos son enormes. Desde la existencia de un “lobby pro gay” que supuestamente cree nuevos estándares culturales y sociales que “aplaste” y “reduzca” a los tradicionales, hasta la destrucción del concepto religioso (dependiendo de cuál sea la fe que las personas profesen) de familia.

No es y no será fácil derribar los miedos. Es parte de la naturaleza humana. Por ello creo será muy útil para quienes respaldamos el matrimonio igualitario no repetir la historia, esto es, estigmatizar y violentar los miedos de quienes se oponen al mismo.

El argumento más poderoso a favor, creo, es la afirmación del equilibrio en el ejercicio de los derechos de TODAS las personas, que en este caso, también es el derecho a la felicidad; y que tal reconocimiento, en nada nos afecta como heterosexuales y menos nuestra fe ni nuestras ideas.