Lo que hemos visto a partir de los audios que casi seguro grabó el Contralor o alguien de su oficina nos indica claramente el tipo de persona que es el señor Alarcón y la calidad moral que ostenta. Desde niños se nos enseña a no grabar conversaciones, no leer cartas ajenas, no escuchar a otros y, claro, no mentir. Parece que al Contralor no le enseñaron nada de esto y más bien le dieron clases de “cómo chantajear a las autoridades y tratar de aferrarse al cargo”.

Hace tiempo insisto en que si bien no es delito grabar una conversación de la que eres parte, ello debería ser limitado de alguna forma. Si yo grabo y mi contraparte no lo sabe, aunque yo sea parte de la conversación debería ser ilícito el uso de la misma, salvo que un juez me haya autorizado la grabación o que se trate de un delito.

Por ejemplo, si alguien me pide coima, puedo grabarlo para luego hacer la denuncia y que la grabación sea el medio probatorio. Si me están amenazando y tengo la posibilidad de denunciarlo, probablemente me ayude la grabación. Pero que el Contralor grabe al Premier que no lo está chantajeando, ni amenazando, sino que únicamente expresa su opinión de ciertos hechos, a fin de que Alarcón sepa lo que este piensa, da un audio que luego se filtra a la prensa para, obviamente, desprestigiar al Premier y a ministros.

El audio Zavala/Thorne/Vizcarra nos hace partícipes de una conversación en la que el Ejecutivo le señala al Contralor que se habría equivocado al juzgar a 14 funcionarios de la Contraloría, pues estos no habrían cometido delitos. Si Alarcón hubiera usado estos audios dentro de una acción de control, hubiera tenido que hacerlo en reserva y dirigirlos a los imputados, cosa que sabemos que no hizo. Este señor solo ha querido vengarse porque el Congreso lo va a destituir y pensó “muera Sansón y los filisteos”.