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La mezquindad de sus ácidos rivales ideológicos no podría jamás ser aceptada pues nadie que actúe con sensatez podría negar que Fidel Castro fue uno de los más importantes personajes de la historia del continente americano del siglo XX. Su febril deseo de alcanzar el poder en Cuba se hizo realidad con el asalto de La Habana, junto al Che Guevara y a Camilo Cienfuegos, aquel 1 de enero de 1959, día del Año Nuevo, haciendo huir de la isla al dictador Fulgencio Batista, pertrechado en la idea de que EE.UU. lo iba a respaldar. La Revolución cubana triunfó y progresivamente fue desnudando sus verdaderas intenciones, lo que se hizo más visible cuando el propio Fidel se autocalificó de comunista. Washington, incluidos la CIA y el Pentágono, se la tenía jurada a Castro y a sus nefastos propósitos y hasta intentó derrocarlo con la frustrada invasión de Bahía de Cochinos (1961). Luego vendría el rompimiento de relaciones diplomáticas con la isla y el embargo económico, pero con una revolución que seguía afirmándose. Castro fue el mayor violador de los derechos humanos en su país. Victimizó su actuación y su causa, movilizándose por diversos continentes logrando que una parte de la comunidad internacional se identificara con sus propósitos, como sucedió con los Países No Alineados. La Guerra Fría acabó en 1989 con la caída del Muro de Berlín y con este episodio todo el comunismo. EE.UU., que al comienzo había acogido a los disidentes -nosotros también lo hicimos en 1980 luego de que miles de cubanos irrumpieran en nuestra Embajada en La Habana-, cambió su actitud con la administración de Clinton, que tuvo que dictar medidas para impedir la llegada de los balseros al advertirse la diáspora por el derrumbe comunista. Cuba, ya sin el apoyo de la Unión Soviética, hizo crisis. En los últimos años de su vida, Fidel hizo un mea culpa tácito y decidió que su hermano menor, Raúl, inicie el proceso de reingeniería política que vimos en el restablecimiento y normalización de las relaciones con EE.UU. Ahora Castro ya está muerto y aunque las partidas siempre producen nostalgia, la de Fidel, además, constituye un paso progresivo hacia las libertades que hoy no existen en Cuba. El caudillismo que él encarnó también ha muerto. Cuba perdió tiempo y ahora debe recuperarlo. El proceso será progresivo, pero es inexorable e irreversible. Vendrán mejores tiempos y su gente debe creerlo. La muerte de Castro es el punto de quiebre más novedoso en la historia reciente de Cuba. Que Fidel descanse en paz, pues se viene la nueva revolución.

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