Nada de lo que hoy ocurre en el terreno político es gratuito, por ejemplo, lo que ocurre en el congreso en el contexto de un proceso electoral. Todo está teñido por el color de quienes pugnan por hacerse del poder político. No nos hagamos los desentendidos pretendiendo ignorar comportamientos como si desconociéramos sus causas. Darse cuenta de ello es importante para el elector porque le permitirá evaluar la calidad de los postulantes. Los que hoy se presentan como los grandes fiscalizadores, los que denuncian la corrupción, los que se escandalizan por la conducta inmoral de los funcionarios públicos, no siempre lo hicieron. El político que no hace concesiones al delito debe mostrar una línea de carrera vieja, no reciente. No se confunda una actitud amargada, de odios y rencores, de exagerados sentimientos con la justa tarea de fiscalización que le corresponde a todo ciudadano, sea o no funcionario público, ante el abuso del poder. Presentarse como adalid de las persecuciones resulta falso sino se tiene detrás una historia de acciones que prueben coherencia. Por lo general nos interesa saber qué tan transparente es el aspirante, si tiene la formación profesional y académica suficiente, si su sensibilidad social es evidente, si ha demostrado un liderazgo dentro de su medio profesional. Sin embargo, por encima de estos requisitos es básico el optimismo, la actitud con que enfrenta los retos. Los que llegan con odios y resentimientos en el ánimo, no podrán ofrecer nada bueno. Nadie da lo que no tiene. Al momento de elegir debemos encontrar en sus palabras, hechos y gestos, detalles que delaten ese espíritu.

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