En el libro “El Arte de la Guerra”, siglo IV antes de Cristo, el filósofo y militar chino Sun-tzu decía que la razón que un soberano y un general conquisten a su enemigo es su conocimiento previo de la situación del adversario. “Ese conocimiento previo no puede obtenerse de los espíritus ni de los dioses, ni por analogía con hechos del pasado ni mediante cálculos astrológicos. Siempre debe obtenerse de hombres que conocen la situación del enemigo: de los espías”, comenta.

El sicólogo estadounidense Robert Greene recomendaba que “es de fundamental importancia saberlo todo sobre su rival, utilice espías para reunir información valiosa que le permita mantener siempre una ventaja sobre él”.

Desde tiempos inmemoriales tener la información del otro es clave para ejercer poder. El objetivo es tener cierto control sobre los hechos futuros. Descubrir los secretos e intenciones ocultas de amigos y enemigos es fundamental para los gobernantes.

Eso explica el afán de la DINI y el Gobierno de rastrear a políticos, empresarios, periodistas y otros ciudadanos. Sin embargo, registrando indiscriminadamente, poniendo los servicios de inteligencia a favor de intereses subalternos y no a los del país, posiciona todo esto al nivel de un operativo perverso.

¿Quién ordenó al agente Rosendo Chávez Rojas rastrear a miles de ciudadanos? Los congresistas deben dar pasos decisivos y efectivos hacia la respuesta de esa interrogante. Que se olviden de las declaraciones explosivas y las posturas demagógicas, que solo sirven para obtener repercusión en los medios, pero no generan ningún resultado concreto.

La sensación es que el Gobierno está desbordado por el activismo contra el adversario, contra el otro, por la necesidad de sobrevivencia, para lo que tiene que hacer de todo, desapareciendo así gran parte de las buenas costumbres políticas.