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Aunque las corrientes y experiencias internacionales dicten lo contrario, en Lima cada vez son más los parques enrejados y los espacios públicos privatizados. En vez de ajustar, cambiar y mejorar esa mala política de reducir las áreas urbanas de uso libre y gratuito, hacemos lo contrario. Las cercenamos o desaparecemos.

Ejemplos sobran. En estos días, los vecinos de Lince están en pie de lucha para que el alcalde del distrito retroceda en la decisión de prohibir la “recreación activa” (como el juego, el baile y el deporte) y la “aglomeración de personas” en el parque Mariscal Castilla.

En la urbanización San Felipe, en el distrito de Comas, sucede algo peor. El municipio del distrito ya tomó las primeras acciones para mutilar el recién renovado parque Manhattan y permitir que se construya un supermercado sobre lo que hoy son losas deportivas.

Ya sucedió en la Costa Verde. El restaurante Cala opera sobre lo que antes fue playa. Lo mismo con los restaurantes ubicados en lo que alguna vez fue un malecón.

Promover el desarrollo a costa de los espacios públicos es un error que el tiempo nos hará pagar caro. Cada vez somos más los habitantes de esta ciudad que necesitamos esos espacios libres. ¿Cuál es el límite? Detengámonos y pensemos. Si dejamos que esto siga así, puede que luego sea muy tarde. 

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