De un tiempo a esta parte nos hemos acostumbrado a ver a nuestros expresidentes envueltos en investigaciones producto de actos de corrupción. Pocos o ninguno se salvan, mientras en otros países no muy lejanos podemos verlos en homenajes ocupando sitiales de honor y donde son reconocidos por su comportamiento alejado de los oscuros episodios de la corrupción.

Si analizamos los gobiernos posteriores al gobierno militar de los 70, tuvimos un presidente honesto e íntegro como Fernando Belaunde Terry; lamentablemente, en sus dos periodos de gobierno se denunciaron actos de corrupción de sus funcionarios que mancharon su imagen y prestigio, de allí que un presidente, si quiere ser calificado de honesto, no debe robar ni dejar robar.

Después de Belaunde, en los dos gobiernos de Alan García y de Fujimori, y luego de Toledo y Humala, la corrupción ha estado presente en mayor o menor cantidad. Sin duda son pertinentes las sospechas y necesarias las investigaciones de ellos y sus funcionarios para determinar responsabilidades. Los signos exteriores son elocuentes: ahora cuentan con propiedades que antes no exhibían y los ingresos que supuestamente justificarían su adquisición son cuestionables, por decir lo menos. Los peruanos sospechamos un desbalance patrimonial que nuestra justicia no quiere ver, denunciar ni sentenciar.

Lamentablemente, hasta hoy no encontramos alguien que le ponga el cascabel al gato. Todos los candidatos nos engañan al ofrecernos una lucha frontal contra la corrupción y a la hora de los loros muestran una tibieza total, se ponen de lado y no se atreven a lanzar piedras por tener techo de vidrio.