Como no podía ser de otra forma, el Presidente ha vuelto a sacar el tema del espionaje chileno (como quien pretende sacar un conejo de un sombrero) para pedirle a la clase política “unidad nacional” frente a este tema, antes que atender el pedido de censura contra Ana Jara -por los probados miles de casos irregulares de investigación y seguimiento a las propiedades y patrimonio del que hemos sido objeto una buena cantidad de ciudadanos de parte de la DINI-, que para Humala es una muestra más del ánimo de desestabilización contra el Gobierno por parte de un sector de la oposición y de la prensa.

El Presidente ha respaldado a su jefa del gabinete y además, como muestra de su vocación de “desprendimiento” frente al Perú, ha puesto como ejemplo el caso de su hermano preso (Antauro) como “costo interno” que tiene que asumir en beneficio del país.

El Mandatario mantiene su confusión con respecto al rol que le compete como jefe de Estado y sobre las reglas de juego con las que fue elegido y las que tiene que respetar. Es decir, no nos hace ningún favor al decirnos que tiene que “tragarse un sapo enorme” con el caso de su hermano, quien ha sido y es juzgado por la justicia.

Asimismo, comete un grave error político en respaldar a su jefa del gabinete por una irregularidad (por decir lo menos) que no ha sabido ni podido controlar a pocos días incluso de haber anunciado la reestructuración de la DINI, pero que afecta el derecho a la privacidad de miles de peruanos.

E insiste, terca e innecesariamente, en volver a poner al centro de la arena política local un tema (el del espionaje chileno) que viene siendo tratado en el ámbito diplomático y técnico (del que no debería salir) para buscar el respaldo interno del que adolece cada vez con mayor evidencia.

Presidente, usted yerra y confunde. Su principal función es respetar y hacer respetar las leyes, y velar por que este sistema republicano de gobierno se fortalezca y no se debilite; en el caso de Ana Jara, hacer valer el principio de responsabilidad política (o sea, su renuncia) debería ser un deber y no un concesión a sus oponentes. Práctica democrática se le llama.