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Es un error en política exterior solamente pensar en el frente externo; además, hay que tener mucho cuidado con lo que se dice hacia afuera, más aún cuando está decantado que el asunto que se trate viene con una carga de enorme sensibilidad hacia adentro. Es el caso de la que dirige el presidente Donald Trump. El mandatario estadounidense, luego del reciente fracaso de las negociaciones con su homólogo de Corea del Norte, Kim Jong-un, para congraciarse con el norcoreano y así atenuar el impacto de la reunión sin resultados en Vietnam, acaba de decir que le cree a Kim cuando fue consultado sobre el caso de Otto Warmbier -quien fue devuelto a su país en estado vegetal y falleció a los pocos días- y cuya responsabilidad fue imputada por los padres del estudiante al propio Kim, que preside uno de los pocos regímenes totalitarios que aún persisten en el mundo. La familia de Warmbier, que fuera condenado arbitrariamente a quince años de trabajo forzado por la “justicia” de Pyongyang por haber retirado un aviso publicitario de contenido político, nuevamente ha salido con la espada desenvainada y con todo contra Kim Jong-un, pero también contra las palabras del presidente Trump, que ha olvidado el enorme impacto y peso de la opinión pública de su país. Está claro que Trump no midió la repercusión de sus declaraciones, y por eso no ha tenido más opciones que retroceder, recordando a Corea del Norte y a su líder que son los responsables de la muerte de Otto. Al reciente testimonio del exabogado de Donald Trump señalando que el presidente es un cínico al aludir al caso de soborno a una prostituta para que no revele su relación con Trump, el caso Warmbier menoscaba al presidente que ninguneó el frente interno de EE.UU., donde los demócratas están al acecho buscando su caída política desde que prácticamente iniciara su mandato hace dos años. Por eso, un jefe de Estado y su cancillería siempre deben mirar hacia adentro, como lo recuerda el excanciller Carlos García Bedoya, el mayor referente de la política exterior del Perú, al afirmar que esta no es otra cosa que la proyección de los intereses internos de un Estado.