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El jueves 13 de julio del 2017, un juez de investigación preparatoria se convertía en celebridad luego de decidir que Ollanta Humala y Nadine Heredia pasarían 18 meses encarcelados preventivamente.

Al día siguiente, sin imaginarse que el año siguiente ese mismo juez la enviaría a prisión sin sentencia, Keiko Fujimori celebró la decisión a través de un tuit: “Ayer, el sistema judicial ha dado muestras de independencia”.

Lo que quizá Keiko no comprendía en ese entonces es que el uso irresponsable de la prisión preventiva no solo era una mala noticia para Humala y Heredia, sino también para ella. Y es que el abuso de la prisión preventiva nos habla de un sistema de justicia en el que algo no anda bien. Sobre esto, la CIDH señaló en un informe del 2013 que, debido a la desconfianza de la población hacia el sistema de justicia en los países de América, “en la práctica, se recurre en ocasiones a la prisión preventiva como una pena anticipada o una forma de justicia expedita, desnaturalizándose por completo su finalidad procesal cautelar”.

Luego de enviada Keiko a prisión, el congresista Carlos Tubino dio un mensaje tan cierto como tardío: “Hoy ha sido Keiko, mañana puede ser cualquiera de nosotros, cualquiera de nuestros hijos”. Cierto, porque ese es el peligro de decisiones cuestionadas procesalmente como esta. Tardío, porque eso fue, precisamente, lo que muchos vaticinaron cuando se dictó la misma medida contra los Humala. Pero en ese entonces a los antihumalistas no les interesó que haya cuestionamientos al encarcelamiento, así como hoy el antifujimorismo ignora (o acusa de fujimorista) a todo experto que levante una ceja frente a la prisión de Keiko.